Corredor aficionado, reconocido en su tierra, Luque, y en una serie de lugares que suele visitar para tomar parte en pruebas duras y de fondo. Auténticos retos de resistencia como el que vino mascullando durante un mes, de forma casi secreta.
Antonio Cañete vive en el seno de una familia de muy aficionados al deporte. Pero ni a ellos se lo contó. Y empezó a contar los kilómetros que hacía con sus amigos, día tras día. Los afectados por la pandemia estaban en su objetivo y en su memoria, el objetivo y la memoria de las zancadas.
“Bueno, sí, llevo muchos días entrenando”, decía a los que se interesaban por algo que para Cañete es ley de su vida, motivo de su felicidad, brillo de su esfuerzo.
Hasta que esas rutas marcadas por la solidaridad que empezaban sobre las siete de la mañana, sumaron en el cuentakilómetros de sus piernas y su cabeza la friolera de 570.000 metros.
Ofrece a las víctimas del Coronavirus ese registro aún abierto, porque va a seguir y dice que el 20% del mismo es de sus amigos y acompañantes compañeros.
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