Reflexiones desde Macondo.

Cap.I . (ficción). Miguel Ángel Morales Díaz. Secretario General del Excmo. Ayto. De Baena.

El premio Nobel de Literatura, D. Gabriel García Márquez (Gabo), ubicaba el realismo mágico de su obra Cien años de soledad, amén de otras muchas no de menor talla literaria, en un pueblecito llamado Macondo, municipio de diáfanas aguas y de decadencia propia de la época o del contexto narrado. Un escenario idóneo para relatar el contraste de la miseria humana y de la pureza de la naturaleza viva que, a veces, se torna en corrección, o castigo, de los excesos de la mundana existencia, a mi parecer, del erróneamente denominado Homo Sapiens, debido a la obvia falta de sapiencia o sabiduría, únicamente destacable en contraposición a otros seres aun no suficientemente evolucionados, pero que sin duda debiera mostrar claro a la razón lo escasamente conseguido por el hombre.
Tomando el contraste citado de Macondo en atención a esta pandemia mundial que acontece en la actualidad, uno no puede abstraerse de los sentimientos que invaden a quien ahora escribe estas líneas, al igual que a todos, siendo por ello por lo que nace la necesidad de comunicación con nuestros seres queridos y vecinos de esta magnífica Ciudad utilizando para ello este denostado y despreciado género epistolar, el cual ha cedido y retrocedido su romántico y necesario lugar al compás de la colonización de las imperantes redes sociales.
En esta situación me percato, como Funcionario con Habilitación de Carácter Nacional, de la imposibilidad en mi formación de entender un concepto poblacional asentado sobre un territorio, Macondo, que no disponga del tercer elemento municipal como es la organización o estructura institucional, esa capacidad operativa de administración que atienda y satisfaga las necesidades de la comunidad vecinal, siendo por ello por lo que la experiencia me obliga a concluir la existencia de esta estructura encargada de la gestión de los intereses públicos, utilizando para ello el haz de competencias y prestando un amplio abanico de servicios municipales, dentro de un escenario de normalidad, o de lo que hemos conocido hasta ahora como parámetros de normalidad, obviamente.
No ocurre así actualmente en un escenario de pandemia global que reduce a la citada institución a un reducto de competencias y servicios orientados a la supervivencia de los vecinos. Nunca tuve gran acierto en la utilización del símil, pero nace en mi la comparativa de aquel escalador que queda irremediablemente atrapado, por extenuación, en la cavidad del conocido botas verdes o paso de Hillary de la cumbre del Everest, esperando un rescate, que o no llega o siempre es tardío. Es en esta grave situación cuando el cuerpo, en cuanto elemento sabio de la naturaleza, comienza a tomar las más duras pero acertadas decisiones de supervivencia, y es tanto así, que comienza a privar de riego sanguíneo a los elementos que pudieran resultar prescindibles para la conservación de la vida y pervivencia del último hálito vital. De esta forma, apoyado en el gélido hielo que cubre la cumbre del citado Everest, se va limitando, hasta desaparecer, la sangre de las extremidades, dejando a su suerte dedos, pies, manos, piernas y brazos, llegando a exponer al cerebro al letargo.
De esta descripción de la reducción a su mínimo indisponible del ser humano, se deben extraer ahora dos conclusiones y su contraposición con la estructura institucional de este municipio de Macondo.
Una primera conclusión, a título de comparación, consiste en que el gélido hielo se erige ahora en pandemia que obliga a reducir la estructura municipal a los elementos indispensables para la supervivencia, unas unidades básicas municipales dentro de la Administración Pública local. Me refiero a esas personas, trabajadores y trabajadoras, que están actualmente dando todo su esfuerzo llegando incluso a poner en riesgo su vida, – y la de su familia -, luchando hasta la extenuación contra este enemigo invisible, que por tal cualidad de invisibilidad merece mi desprecio por poseer al atributo de la cobardía.
Me refiero a estas personas que sin traje y corbata, sin grandes despachos, sin comodidades y sin medios casi, se levantan todos los días a luchar por sus vecinos, destacando en primer lugar todos aquellos trabajadores del sector sanitario, obviamente, pero seguidos, y no por ello con menor importancia, de Guardias Civiles, Policías Locales, miembros de la UME, Protección Civil, personal del Servicio de Ayuda a Domicilio, personal del Servicio de Abastecimiento de Agua, personal del Servicio de Limpieza Viaria, personal del servicio de Recogida de Basuras, personal de la Unidad de Servicios, Sepultureros, Ordenanzas y Limpiadoras, Vigilantes de aparcamientos y personal de Servicios Sociales, trabajadores todos ellos con guantes y mascarillas que tapan sus rostros pero no su mirada de valentía, su mirada de coraje y de esfuerzo, mostrando su desinteresada voluntad de ayudar a quien lo necesite. No he sido yo, ni otro técnico capitán del ejército municipal, ni miembro electo, (no sirva esto de desmerecimiento hacia nadie – lo cual sería para mi propia persona en primer lugar-, pero sí de reconocimiento de todos aquellos que ahora mismo están al frente), ha sido un trabajador, que sin ser ordenanza, quien casi recién operado de pulmón y estando en tratamiento ha ido al ayuntamiento ataviado de mascarilla y guantes a bajar las banderas para su colocación a media asta. Se agradece la valentía de quien en el caos no pierde la pasión por las personas víctimas de la pandemia, en un intento de gesto de dignidad última de quienes ya no están con nosotros.
Son estos trabajadores los que ahora están salvando nuestras vidas y bienes, son el torso al servicio de las extremidades, son el corazón del cuerpo institucional, son ellos los servicios esenciales, no ningún otro, es correcto decirlo. Son los trabajadores de grupos profesionales más bajos – según la norma, no mi criterio –  cuando hablamos de valoración de puestos, pero los más altos, más importantes y más valientes cuando la naturaleza detiene la vida y el quehacer diario de la colectividad. Por ellos y para ellos, mi humilde reconocimiento, en la plena convicción de que su buen hacer en el frente de batalla nos deba servir de empoderamiento por contagio de su fuerza, energía y profesionalidad.
A menudo se les ha calificado a estos trabajadores y trabajadoras esenciales de héroes o heroínas, por realizar una hazaña extraordinaria que requiere de mucho valor, y no será quien escribe este reconocimiento quien niegue tal definición, pero es que yo sé de buena mano quienes son, y conozco en primera persona que no son actos puntuales que ahora han realizado con ocasión de la pandemia que nos ha sometido al confinamiento domiciliario, sino que sin duda son solo magníficos profesionales cuya formación y cualidades humanas no les permite esconderse haciendo dejadez de sus funciones, antes bien realizan su trabajo con vocación y pasión en una generosidad y solidaridad intervecinal propia de los antiguos, con todo mi cariño. Me refiero a aquella solidaridad y ayuda que se prestaban en la generación de mis padres o abuelos, algo ya perdido en el actual individualismo cercenador del sentimiento colectivo de pertenencia a un mismo grupo humano, con las mismas vivencias, sentimientos y problemas. Algo perdido, esta solidaridad, ahora recuperada por suerte por todos nosotros y por los grandes profesionales citados, quienes acuden generosamente a felicitar un cumpleaños o a acercar la compra a quien no puede o no debe salir de su domicilio por causa del miedo a encontrar el deceso en una simple barandilla del mobiliario urbano.
Señores, es el tiempo de los valientes, demos un paso al frente, recojamos la fortaleza de quienes ahora se están esforzando por vencer a este mísero y cobarde virus que viene a segar la vida de los más vulnerables, nuestros abuelos o personas con dificultades previas. Tenga claro que será vencido por los vecinos de esta localidad.
Tras esto, debo ser congruente con mi persona y ello me obliga a una segunda conclusión somera. Es necesario saber distinguir qué es lo esencial, aunque sea con ocasión de la actual situación.  Difícil ejercicio o al menos temeroso ejercicio el de profundizar en la razón, pero imprescindible en la mejora de la vida colectiva futura.
Nos encontramos en un sistema político democrático, nos quedamos con esto, democracia. Pero no profundicen más aquí so pena de volverse en un cuasi-librepensador, corren el riesgo de tener criterio propio en detrimento de la corriente imperante. Yo no llego a esa antesala, pero sí que tengo inquietudes propias, como dije, extraídas, de la experiencia, y por ello me pregunto si verdaderamente podemos hablar de democracia sin información y sin formación de la sociedad, en cuanto medios imprescindibles para la acertada toma de decisiones colectivas.  ¿Es posible hablar de democracia si el elemento de los partidos políticos no están al servicio de la democracia sino la democracia al servicio de los partidos en un intento de conservar el status quo? – con todo el respeto a quien legítimamente intenta permanecer en el sillón buscando su pervivencia laboral, habida cuenta de la escasez de éxito laboral de muchos de los que, en los tiempos que corren, se postulan en las listas políticas, con excepciones, obviamente -. Esto no va de colores políticos, pues obviamente mi persona es apartidista, pero sí que es cierto que actualmente discurre, en contraposición a la evolución de la especie de Darwin, una suerte de involución del Zoon Politikón que decía Aristóteles. Todos ahora añoran el eslabón, perdido con el tiempo, de la clase política de la transición española, recorriendo el camino inverso a la evolución darwiniana y sumergiéndonos ahora en una no solamente crisis sanitaria, económica o social, sino también una crisis política. Nunca, desde el régimen dictatorial, un representante político ha tenido tanto poder como en el estado de alarma, pero su ejercicio no se ha enfocado adecuadamente a la toma de decisiones para el bien común, sino que se ha ubicado en el sendero de la regulación por reducción de los perfiles de determinados derechos y libertades. Se reduce la libertad de circulación de las personas, se reduce la libertad de empresa, se reduce la libertad de prensa y se reduce la participación de los ciudadanos en la vida política aunque solo sea a través de la realización de las sesiones de control al gobierno. Son pocas las voces que se han escuchado acerca de si la decisión es acertada o no, y aún menos son los que se han planteado si la medida es proporcional o no al fin perseguido. No se trata de no respetar las decisiones gubernamentales, pero sí la de ser meramente crítico. Percátense de que ahora ha mutado el denominado patriotismo, el amor a la patria, pues antes resultaba arcaico, trasnochado o de derechas, y ahora eres antipatriótico cuando se pone en tela de juicio las decisiones del gobierno, porque ahora todos tenemos que estar unidos, unidos sí pero con pensamiento propio. Siento comunicar que el amor a la patria local o nacional no es un ropaje del que te puedas mudar, sino que permaneces inalterable en el acervo comunitario de la sociedad a la que perteneces, permitiendo unas veces arrojar calificativos positivos y otras verter una sana crítica en la plena convicción de que con ello se recorrerá el camino que nos haga mejorar a todos. Recientemente leí a alguien en prensa plasmar una idea que llevaba rondándome en la cabeza varios días atrás, y es que el mayor miedo que ha provocado en mí la pandemia es la facilidad con la que nos han metido a todos en la casa, nos han acortado la crítica de prensa o incluso recientemente nos van a controlar mediante el móvil y nadie se ha cuestionado nada, ni siquiera la valoración de la proporcionalidad de la medida adoptada.
No puede ser dicho, a título de ejemplo, que ha habido una falta de previsión.  En la plena convicción de que la información de que disponen los servicios de inteligencia de España, Europa o EE.UU es quizá más solvente que la que dispongo yo, sí que es innegable que han existido indicios que me han permitido vislumbrar someramente la gravedad de la situación que se avecinaba allá por el lejano mes de enero – lejano por la relativización del tiempo provocada por el confinamiento -, pues las conocidas tiendas de chinos echaban persianas y cerraban negocios, procediendo a su autoconfinamiento en sus domicilios. Quizá no debiéramos preguntar acerca de lo que iba a pasar a la CIA norteamericana sino a la tienda de debajo de tu casa, quizá hubiéramos corrido mejor suerte.
La dependencia comercial de china ha hecho nacer en mí una gran decepción nacional, he de reconocerlo, no entiendo como un país como España, o un continente como Europa, no es capaz de autoabastecerse de unos productos tan técnicamente sofisticados, permítaseme la ironía, como babuchas, batillas y mascarillas de papel o similar. Me ha sumido en una tristeza profunda que ha creado la idea en mi cabeza de que al mismo tiempo que se han montado hospitales de campaña en IFEMAS deberíamos haber recuperado las SCOINS o SCAFAS de cada ciudad. Si mis agradables vecinas, en su solidaria y muy bien llevada senectud, pueden dejarme colgada en el pomo de la puerta de mi casa tres mascarillas – gesto que agradezco enormemente -, creo que tenemos una esperanza de vida una vez más gracias a la generación que nos lo ha dado todo, solo restada por una falta de liderazgo y previsión de nuestros dirigentes. Si dependemos de productos tan básicos de China o de respiradores de Turquía, creo que no somos el país que los españoles o europeos merecemos. Es aquí donde debe renacer nuestro empoderamiento colectivo insuflándonos de la confianza en que saldremos de esto no como los voraces usureros de la carroña financiera desean, sino que saldremos de esto con el tesón y la confianza renovada de que nuestras vidas no las va a cambiar de un día para otro un virus – creado o espontáneo, me da igual – surgido del gigante comercial asiático. Le aventuro un escenario a los silentes caza chollos al rebufo de la miseria económica y social que pretenden crear en las familias españolas, los españoles son pasión y raza y somos capaces de batir cifras en el padecimiento, pero igualmente somos primeros en levantarnos para luchar hasta la victoria, así que no esperen de este país sus ilegítimas carroñas.
Recordemos que la vida es una actividad continuada en el tiempo. Alguien preguntó a alguien por qué subía al Everest para morir, a lo que le respondió no subo para morir sino para vivir, – me quedo con esta actitud -.
Sirva estas humildes líneas para dar mi peculiar aplauso y reconocimiento a todos los Guerreros de lo Esencial. Un fuerte abrazo.

Un capitán a vuestras órdenes.
Macondo, 14-04-2020.

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