Miguel David Pozo León, “un cura que siembra esperanza entre los más olvidados”

Miguel David Pozo León en la Iglesia Conventual de San Francisco

En Córdoba, entre los barrios más marcados por la exclusión, la pobreza y la vulnerabilidad, el nombre de Miguel David Pozo León, se escucha como sacerdote profundamente comprometido. Le entrevistamos durante su regreso a Baena, donde dejó huella, no sólo por su trabajo pastoral, sino por su forma de vivir el Evangelio: de frente, en la calle, con la gente.

Durante esta conversación, Miguel David nos habla con emoción del trabajo que realiza en el Polígono Guadalquivir y el Sector Sur de Córdoba, una de las zonas más deprimidas de la ciudad. Allí, lidera proyectos como La Puerta Verde —un refugio para niños marcados por entornos familiares rotos— y La Maleta de Luisa, un espacio de acogida para jóvenes en situación de calle, inmigrantes o autóctonos, que encuentran en su mesa y en su abrazo el calor de un hogar.

A lo largo de la conversación con él mantenida, además, pone en valor la transformación que se ha llevado a cabo en la antigua residencia de las Hermanitas de los Desamparados de San Francisco en Baena, hoy dedicada a acoger mujeres víctimas de trata y madres con hijos sin recursos. Una actuación que él mismo califica como «una caricia directa a Cristo», y que representa —según afirma— “la Iglesia que se hace creíble por lo que hace, no solo por lo que dice”.

También abordamos con él el acogimiento familiar, experiencia que vive en primera persona. Nos habla con ternura de Cristófer, un joven camerunés enfermo que convive con él, así como de tantos otros chicos de la calle que ha recibido en su casa. Su visión del acogimiento no es burocrática ni distante: es profundamente humana. “Acoger es saber que tienes tanto, que lo mínimo es compartirlo”, dice con claridad.

Miguel David no esquiva ninguna pregunta. Reflexiona sobre su paso por Baena, sobre las críticas, sobre el cariño que aún le une a esta tierra, y sobre el poder transformador de la esperanza. Porque, como repite una y otra vez, “¿qué te queda cuando no esperas?”. En tiempos donde los discursos vacíos ganan terreno, él se empeña en vivir con las manos llenas y el corazón desgastado de tanto dar.

«Donde no hay esperanza, nada florece»

Miguel David, vuelve usted a Baena en estos días tan especiales. ¿Qué siente al volver?

Baena fue una etapa preciosa de mi vida, una etapa que me marcó mucho. Aquí viví una comunidad viva, fuerte, llena de fe, de juventud, de adultos comprometidos. Me llevo muchas cosas en el cuore, especialmente la comunidad y los jóvenes. Volver siempre es recordar lo que soy y de dónde vengo.

Actualmente desarrolla su labor en una de las zonas más complicadas de Córdoba. ¿Dónde está exactamente?

Estoy en el Polígono Guadalquivir y el Sector Sur, en las parroquias de Santa Luisa de Marillac y San Martín de Porres. Es todo el eje de exclusión, de pobreza, de dificultad… pero también de esperanza. Porque allí, donde parece que no hay nada, siempre hay posibilidad de hacer algo.

¿Cómo fue su llegada allí?

Al principio pensé que no me querían. Incluso mi familia lo vio como un castigo. Pero para mí, nunca lo fue. Al contrario, es un privilegio. El mejor sitio para servir es el pobre. El corazón se te rompe cuando ves a gente durmiendo en la puerta, o cuando acoges en tu casa a personas que han cruzado el mar en patera. Pero ese dolor es el que te hace humano.

¿Qué proyectos ha puesto en marcha allí?

Dos proyectos principales: La Puerta Verde, que es un programa para curar el corazón del niño herido a través del juego, la música y el arte; y La Maleta de Luisa, que es una casa para jóvenes de la calle, inmigrantes o no, que necesitan un hogar. No hacemos milagros, pero les ofrecemos un sitio donde volver a empezar.

¿Tiene conocimiento de la labor que se está haciendo en la antigua residencia de las Hermanitas de los Desamparados de San Francisco, aquí en Baena?

Sí, claro. Hablé con la alcaldesa, María Jesús, y la felicité. Que en un sitio como ese se acojan ahora mujeres víctimas de trata y madres desamparadas, es tocar a Cristo. Que eso ocurra justo al lado de la iglesia de San Francisco es un signo precioso. La Iglesia se hace creíble por lo que hace, no por lo que dice. Y esto nos hace creíbles.

También sabemos que acoge usted en su propia casa a chicos sin hogar. ¿Qué le lleva a eso?

Lo hago porque tengo casa, porque tengo mesa. Porque cuando alguien te dice “¿te sobra algo para llenarme el tupper?”, se te parte el alma. Y si tengo comida, techo y cariño, ¿cómo no compartirlo? El acogimiento familiar es algo que todos podríamos hacer, aunque fuera en verano o los fines de semana. Acoger te cambia. Te hace humilde y agradecido.

¿Y cómo es la respuesta de las instituciones? ¿Encuentra apoyo?

Sí, hay mucho respaldo. Tanto el Ayuntamiento, como la Diputación, Juventud, etc. Saben que la Iglesia llega donde ellos a veces no pueden. Y eso hay que aprovecharlo. No para hacer política, sino para servir mejor. Nos mantenemos con la Providencia y con algunos convenios, pero lo más importante es que la gente de la calle nos reconoce como su casa.

¿Cómo es pasear hoy por esos barrios?

Pasear al principio daba miedo. Pero La Puerta Verde ha hecho que la gente sepa quiénes somos. Cuando ayudas a un niño, su familia, por dura que sea, sabe que lo estás cuidando. Me llaman “Domi”, me saludan. Pero siempre con respeto. No son parques temáticos de pobreza. Hay que entrar con mucha sacralidad y sin prejuicios. Porque el que más ha sufrido, más difícilmente se deja amar.

¿Qué mensaje dejaría usted a los vecinos de zonas deprimidas, a las instituciones y a la Iglesia?

Que hay que patear las calles. Con respeto, sin miedo. No desde arriba, sino desde la igualdad. Mirar de frente, sin compasión, con dignidad. La gente sabe cómo la miras. Y si tú miras con amor, ellos responden. La pobreza no es un espectáculo, es un lugar de encuentro si vas con humildad.

¿En qué ha cambiado usted desde que salió de Baena?

En salud, seguro. Estoy más cansado, porque el ritmo es muy exigente, física y emocionalmente. Pero también he cambiado en el corazón. Cada vez quiero parecerme más a Cristo. Meto la pata, como todos, pero lo intento. A veces pienso que, si pudiera cambiar algo de la Iglesia, empezaría por mí.

¿Le gustaría irse a otro sitio?

Si tuviera que irme, me gustaría ir a Italia, a trabajar con el movimiento “Los Pequeños de la Alegría”. Es un grupo que se mete en los verdaderos infiernos sociales. Ya colaboro con ellos, y me gustaría algún día vivirlo más de lleno. Pero mientras tanto, aquí estoy, al pie del cañón.

¿Qué mensaje dejaría a las personas que le recuerdan con en Baena, y también a quienes no pudieron escucharle durante el Triduo en honor de Nuestro Padre Jesús Nazareno?

Que no pierdan la esperanza. La esperanza es lo que nos sostiene. Puedes tener 80 años o 20, pero si esperas algo bueno, estás vivo. Recuerdo que, durante la pandemia, una mujer me decía: “padre, en su parroquia siempre había música”. Eso es lo que quiero seguir siendo: música para quien no tiene nada que oír. Que nunca falte la esperanza.

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