
Presentación del libro de Antonio Rodríguez Navas en la Casa de la Cultura de Baena
La lectura del libro de Antonio Rodríguez me ha reportado una doble satisfacción: La de contribuir a su difusión, lectura y disfrute en el entorno social más inmediato de Baena y también por constatar que en él permanece recogido para la posteridad un valioso poemario del hijo de una tierra próspera en poetas. Queda constancia así de una poesía elaborada del mismo modo en que se extrae el perfume de altos vuelos y goces. La maceración de unos componentes básicos, su adecuada fermentación fuera de todo control racional y la fijación en un aroma convertido en aceite esencial, es el proceso de elaboración del perfume de su poesía. Contiene miradas, palabras, sonidos, tactos, amores, desamores, recuerdos, rebeldías, hambres, injusticias y mucha empatía con todos los desposeídos. Como en el perfume, el fragor de la vida ha dejado en los recónditos espacios de la mente un poso indeleble con potencialidad para generar su propia vida y filtrar y destilar después intensas emociones.
Sin duda, Antonio nació con la sensibilidad, ingenio y potencialidad de un poeta, pero las ha desarrollado con esfuerzo, trabajo y constancia. Ha ido abasteciendo mente y corazón de ingentes lecturas y arduas experiencias vitales de las que dejan cicatrices. Sin olvidar el adiestramiento continuado que supone encauzar tal inspiración y sentimientos a través de estructuras formales tan complejas como las clásicas, con sonetos impecables de catorce endecasílabos, rima consonante de cuartetos y tercetos y sin encabalgamientos sintácticos:
A tu cárcel, sin barrotes forjada,
presto doy candados y cerrojos,
carcelera, y al obscuro de tus ojos
doy la mar en mis iris encerrada.
Conocí al autor de estos versos con motivo del homenaje a Rafael Alberti que organizamos en Baena en los lejanos años de la euforia cultural y con participación abierta a cuantos quisieran. Antonio leyó dos poemas dedicados a Alberti de los que aún resuenan en mis oídos algunos de sus versos. Entonces intuí y ahora afirmo que para tales quintaesencias, además de la decantación de las experiencias, hace falta haber leído y escrito mucha poesía. Y no sólo cualquier poesía, sino la poesía de los grandes maestros de la literatura universal para llegar a construir los versos y poemas estróficos más complicados de la literatura española y también los más aparentemente sencillos, como es el caso de sus sextillas manriqueñas.
Pero lo más sorprendente es que no se ha quedado anclado en esa fase de fascinación inicial con las obras cumbres de la poesía española. Ha sabido evolucionar a estructuras más sencillas y libres cuando su rigidez coartaba la espontaneidad de pensamientos y emociones. Es el caso del poema Amor de Altura al que me referiré más adelante. Y es que toda evolución requiere un ejercicio intelectual de asimilación de lo aprendido hasta llegar a la elaboración propia de propuestas poéticas personales, honestas y portadoras de un valor humano inconmensurable. Y es así, porque están forjadas en la lucha por la subsistencia, sin arrebatos, con la contención que aconseja la inteligencia y la sabiduría. El resultado derrocha destreza y emoción, como corresponde a una recopilación intelectualmente redonda, intuitiva, solidaria y estética:
En esta tarde de polen dormido,
sosegado el ánimo,
otoñando este mayo,
bucólico, lánguido…
repaso las horas, los días, los años,
y todo, todo son vagos recuerdos.
Componen este libro ochenta y un poemas, divididos en tres grupos temáticos:
- Amor, con veinticinco, muy sentidos, apasionados, ingeniosos e impecables en sus variadas formas.
- Canto, con treinta y cinco, soberbios, geniales y con una aguda pincelada social.
- Quejío, compuesto por veintiún versos vibrantes y lúcidos.
La transferencia de la emoción es difícil, pero con sensibilidad y estudio se puede llegar a la expresión contenida de esa tempestad que a veces azota la mente o el corazón. Con sentimiento y práctica es posible estremecer con esas vivencias que son indispensables para poder decir algo cuando se escribe. Porque la experiencia no se improvisa ni se aprende, se tiene o no se tiene, se ha vivido con intensidad y aprendido del fragor de la vida o no. Y para escribir es necesario sentir, ejercitarse y sobretodo mirar, reteniendo lo observado, procesando y guardando en el pensamiento con los filtros del verdadero conocimiento, hijo predilecto del trasiego vital y del sufrimiento.
Sólo así es posible recorrer con una mirada senequista el tiempo transcurrido desde la más tierna infancia, hasta la plenitud de nuestros días. Tiempo amasado con risas y llantos, penas y gozos, anhelos y penurias, renuncias y derrotas, para entonar la última canción de despedida con sencillez y templanza:
Para cuando el derrumbe sea inminente,
saca macetas a las ventanas
y entona el himno de la alegría.
Para sorpresa de la mayoría de los lectores, he de decir que quien escribe así es un poeta al que asocio con el escritor más singular y extraordinario nacido en Baena y orgullo de las letras españolas: el esclavo negro Juan Latino. La meritoria obra poética de ambos es hija del desamparo y fruto del empeño y el esfuerzo en el más absoluto autodidactismo, desarrollado a pesar de duros condicionantes sociales e históricos. Los dos son admirables hijos del infortunio, de las carencias, del ámbito social de los desheredados y alejados de los conductos oficiales de la transmisión cultural. Hombres humildes, honestos, autoinstruidos, profundos y sinceros. Evidentemente los diferencia su posterior posicionamiento social y el valioso mensaje de su poesía. Mientras Juan Latino cultivó la épica de los poderosos y las reflexiones morales y complacientes que lo encumbraron, Antonio presenta como carta de identidad, con humildad, pudor y desahogo, deseadas utopías, gritos silenciosos contra la injusticia y el desamor, conciencia íntima y colectiva, miradas que son palabras, oídos que filtran el paisaje, inquietudes y recuerdos con resonancias de juventud y madurez:
… e incontables rostros vi
con abandono de ruinas milenarias,
con surcos cuarteados
horadados por lágrimas, sudores y sangre.
Cuando dirige su mirada, como en el citado poema Amor de altura, a esa imagen de Baena curvada y abrazada al cerro que la sostiene, estalla, porque lo siente y sabe hacerlo, con todo el esplendor de recursos expresivos recreados. El citado poema se compone de seis estrofas distintas. Se cierra con un soneto personalizado, de catorce versos polimétricos y binarios en su mayoría. Y llega a un potente clímax, marcado con un acento antirrítmico en cobrará, como consecuencia de la alteración de los cinco sentidos y la aparición de uno nuevo. Mediante cinco periodos condicionales, como cinco escalones ascendentes que se corresponden con los cinco sentidos, trasciende el espectáculo que tiene ante los ojos:
Si quieres ver una fontana de luz
bajo arcos encauzada y sometida;
si quieres oír antiguas leyendas
narradas por veletas al socaire;
si osas tocar la historia con tus manos;
si quieres oler el humus secular
que en el tiesto la flor nueva engalana
y a las piedras da mística pátina;
si gusta tu boca el agridulce
de lo perdido y en parte luego hallado:
Y una vez alcanzado el punto más alto de la percepción, lo interioriza al modo de los poetas románticos para preparar el ánimo e introducirte, de golpe, en este magistral clímax y conclusión que sobrecoge:
sube en Baena a su escarpado cerro,
tu mente allí cobrará la pureza
de la cal impoluta y aires del cielo…
y un sexto sentido, hijo del silencio.
Me reconozco admirador de tan brillante soneto polimétrico de versos blancos, sin el adorno de la rima, digamos semidesnudo al modo de Neruda, compuesto con doce versos endecasílabos y dos dodecasílabos armonizados. Y osadamente me atrevo a sugerir que con él se podría dar la mejor de las bienvenidas al viajero que se dispusiera a subir la pendiente de la calle Juan Ocaña y leyera este soneto innovador, inscrito en un mural en la esquina de la Casa del Monte.
Otras veces, traspasando el paisaje, la vista se torna profunda y comprometida:
No te quisiera más amplia
ni más límpida ni alta.
Sí te he soñado más justa,
próspera por igual,
más humana y solidaria.
Asimismo, con templanza y sin ira, reconoce y ensalza a los verdaderos y anónimos artífices de la historia del pueblo:
Sois de mi pueblo, Baena,
aceituneros y aceituneras:
pulmón y venas, brazos y piernas,
timón y proa, remos y velas.
Termino esta especie de anticipación de las fragancias que atesora esta colección para que, como en un bálsamo, el lector apreste los sentidos y respire las esencias de quien tanto da y tan poco pide.
Como él, yo también escribo para asearme por dentro, respirar con la imaginación y curarme de tanta desazón como derrochan los medios de comunicación:
Escribo para no morir de hastío,
ni de tediosas rutinas,
escribo y me rehago a diario.
Para concluir y si con él te quieres encontrar en cualquier librería de Baena, vaya por delante el deseo de todo escritor:
Querido lector, querida lectora:
escribo para que te encuentres en mí
y para que con tu lectura
en ti yo me halle.
Juan Naveros Sánchez
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